incomunicación
cuando veraneábamos en el campo, en un pequeño pueblo del interior de cantabria, lo peor que llevaba era estar incomunicado. no había cobertura móvil, y no hablemos de conexión a internet.
al menos pudimos instalar teléfono fijo, porque hasta hace no demasiado tiempo tampoco había. si teníamos que hacer alguna llamada íbamos a la única casa del pueblo que tenía teléfono, pagándoles por el uso del mismo.
en mi época universitaria ya tenía teléfono móvil. cuando íbamos a pasar la mañana o la tarde a reinosa -un pueblo que nos parecía la gran metrópoli comparado con el lugar entre montañas donde estábamos-, aprovechaba que allí había cobertura para mandar mensajes a mis compañer@s de clase.
si durante el tiempo que pasábamos en la ‘gran urbe’ haciendo compras o lo que fuera no me contestaban, me quedaba la esperanza de que lo hicieran más tarde y ver la respuesta en el siguiente viaje. pero como en la escuela donde estudié la gente era tan simpática, la mayoría de las veces no había respuesta. se oía sonido de grillos...
el estar aislados del mundo también me supuso un problema en una época en la que el pecado constituía para mí una obsesión -últimos años de colegio y primeros de universidad-. si sentía la necesidad más o menos justificada de confesarme, tenía que esperar hasta el domingo, cuando fuéramos a misa a reinosa.
para rizar el rizo, si tras la confesión me quedaba intranquilo porque no había dicho todo lo que supuestamente tenía que decir, no podría subsanarlo hasta el domingo siguiente. estaría siete días en pecado...
en el verano de cou me regalaron el mundo de sofía de jostein gaarder porque me gustaba mucho la asignatura de filosofía, tema central de esa novela. pero interrumpí su lectura porque los protagonistas discutían si el narrador poseía poderes divinos -debido a su omnipresencia y su capacidad de leer los pensamientos de los personajes-, y eso me parecía poco menos que blasfemo. en fin... algún día la volveré a leer, para poder saber cómo acaba.
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