lanzarse a la piscina


conocer a una chica, encajar con ella desde el primer momento y sentir la necesidad de pedirle su número de teléfono, por si no vuelves a tener la oportunidad de verla. eso me ocurrió en dos ocasiones, y es algo que produce una mezcla de ilusión y miedo. ilusión por haber encontrado a un alma gemela, y miedo a ser rechazado.

a la primera de esas chicas la conocí por pura casualidad. un viernes por la tarde fui a ver una obra del grupo de teatro de la universidad, y a la salida me encontré con unos compañeros de clase. iban a dar una vuelta por la zona, y me invitaron a que fuera con ellos.

iba con el grupo una chica que no era de la escuela. me puse a hablar con ella y me di cuenta de que teníamos muchas inquietudes intelectuales en común... además era muy extrovertida y risueña, lo cual es fundamental, porque para tímido ya soy yo bastante.

no fue necesario pedirle el teléfono, porque me comentó que iba al gimnasio de nuestra escuela dos días por semana, a clases de karate. así que ya sabía dónde encontrarla. aquí es inevitable hacer el chiste malo de que a una chica que sabe karate es mejor no hacerla enfadar.

tras la semana santa, que cayó justo en esos días, el primer día que tuvo karate fui a verla al gimnasio. parecía muy contenta de verme, y por eso las siguientes visitas fueron mucho más fáciles. ya habíamos roto el hielo.

a la otra chica la conocí en una salida con compañeros del trabajo -en su mayoría-. iba de negro y tenía cara de ‘malota’, pero luego me di cuenta de que era muy accesible. al hablar con ella parecía que nos conocíamos de siempre. me estuvo contando cosas de algunos países a los que había viajado.

cuando llegó el momento de despedirnos, yo me fui con ella porque casualmente teníamos que coger el mismo metro. fuimos caminando un buen rato hasta la boca de metro, y a pesar de que nos habíamos conocido ese mismo día no nos sentíamos nada incómodos.

en el vagón continuamos hablando. aunque mi cabeza iba maquinando en paralelo cómo podría mantener el contacto con ella. y deduje que podía encontrar su dirección de correo en el e-mail colectivo que nos envió la persona que propuso la quedada.

yo me bajaba antes, y le dije con una sorprendente naturalidad que me había encantado conocerla. y le comenté que en pocos días iba a ser mi cumpleaños, que organizaría una quedada con la misma gente, y que ella podía ir si quería. obviamente era una excusa para verla.

estas dos historias tienen en común el conocer a una persona especial, sentir la necesidad de volver a verla y tener el atrevimiento de hacérselo saber. y a mi modo de ver, el hecho de conocer a alguien por quien te veas capaz de tirarte a la piscina ya es algo muy positivo.

puede que en la piscina no haya agua y te pegues una leche. en mi caso se lo contaría a mis amiguitas para que me consolaran, y me pondría a escuchar todos los discos de phil collins uno detrás de otro para desfogarme. en ese momento te quieres morir, pero cuando pasa el tiempo te parece que no era para tanto.

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