nostalgia y sensualidad


nuestra amiga ginebra blonde, el mes pasado nos propuso desde uno de sus estupendos blogs un reto al que llamó coloreando sentires. nos mostraba varias pinturas, y debíamos elegir una que nos inspirase para escribir un texto. en él, además, había que incluir uno de estos tres elementos: el mar, los sueños o la provocación. y por último, mencionar el título de una canción.

como pintura, escogí ‘la caja de pandora’. de los tres temas, me quedé con la provocación. y como banda sonora, la canción hounds of love de kate bush, cuyo video está insertado al final.

espero que os guste el relato. fantasías que uno tiene. ^_^ así descanso esta semana, que he estado unos días malo y aún no estoy para escribir sobre temas matemáticos de los que estáis acostumbrados a soportar. ;) más y mejores contribuciones a este proyecto, las podréis leer aquí.


Una tarde primaveral de sábado estaba dando una de esos paseos que tanto me gustan, en aquella ocasión por el barrio de los Cármenes de Madrid, dentro del distrito Latina. Y en esto que vi pasar a una chica que había sido compañera mía en la escuela de Industriales los dos primeros cursos. Luego dejó la carrera, sabia decisión. Me llamaba la atención porque era muy callada y misteriosa... No había cambiado nada, ni en su físico ni en su estilo de vestir. Era alta, con el pelo castaño claro y liso, y pálida de piel. Vestía con suéteres o camisetas, pantalones largos y deportivas. Arreglarse en exceso no parecía interesarle demasiado, y eso le daba más atractivo.

Me acerqué a ella y le dije: “Perdona, creo que te conozco... ¿Tú ibas a la escuela de Industriales, verdad? ¿Y te llamabas María?”. Tenía cierto temor de que me respondiera fríamente, dado que en su momento no llegué a tener trato con ella -era muy tímido y nunca me atreví a decirle nada-, y además podría ser que ella no quisiera saber nada de aquella época. Pero me dijo muy sonriente: “Sííí, yo soy María, y empecé Industriales, pero era demasiado difícil y me cambié a Económicas. ¿Tú cómo te llamabas?”.

“Pues yo soy Chema, encantado -respondí-. Y recuerdo que coincidíamos en clase en Ampliación de Química y en Métodos Informáticos. Te solías sentar en primera fila, en la parte izquierda”. Y entonces ella exclamó: “¡Qué buena memoria! Lo recuerdas casi mejor que yo misma. Oye, pues yo iba a mi casa, que está aquí al lado, y estos días estoy sola. ¿Por qué no te vienes conmigo y seguimos hablando?”. Me invitaba a subir a su casa, eso sí que era abrir *la caja de Pandora*.

Nos sentamos en un sofá-cama en su habitación, y continuamos hablando de nuestras experiencias en la carrera y en el mundo laboral. En un momento dado empezó a desatarse los cordones de sus deportivas y se las quitó. “Llevo casi todo el día caminando de un lado a otro y ya no aguanto más, ¿sabes? -me explicó riendo-. Hay una canción de Kate Bush que se titula ‘hounds of love’, y en la letra dice «I take my shoes off and throw them in the lake». Y vale, lo que llevo no son exactamente zapatos, y no los estoy tirando al lago tampoco, ¡pero ya me entiendes!”.

Continuamos hablando como si fuéramos amigos de toda la vida. La conversación derivó a nuestras aficiones, como la lectura y la música. Me enseñó algunos de sus libros y sus CDs, y también algunos DVDs de películas. Y al cabo del rato se quitó los calcetines. “¡No aguanto más, mis pobres pies me piden que les dé el aire!”. Tenía los pies bonitos, grandes ya que ella era alta, y muy limpios, blancos por el dorso y rosados por la planta. Descalzarse así era toda una *provocación*.

La conversación nos llevaba a terrenos cada vez más íntimos. Me habló de algunas de sus experiencias sentimentales, mientras balanceaba sus pies y movía rítmicamente los dedos. Entonces estiró el brazo hacia su mesilla de noche y cogió un cortaúñas. “Hay una punta de la uña del dedo gordo que se me clava”, murmuró mientras se la recortaba. Y tras unos segundos reflexionó: “Si me la recorto por la punta me la tengo que cortar entera para que quede igualada. Y si me corto la uña del dedo gordo derecho, me las tengo que cortar todas. ¡Soy un poco obsesiva-compulsiva y no me gustan las cosas desiguales!”, dijo riendo. Así que se puso a cortarse las uñas de los pies metódicamente. Afanada en la tarea, resultaba extrañamente sexy.

Cuando terminó, me mostró sus uñas perfectamente cortadas. Me pareció admirable su destreza. Yo cuando me las corto me quedan llenas de picos e irregularidades. No pude evitar decirle: “Tienes unos pies preciosos”. Ella respondió: “¡Gracias! Pero oye, a todo esto, ¿qué haces que no te has descalzado aún? ¡Con confianza, como si estuvieras en tu casa! De hecho, algo me dice que no será la última vez que vengas por aquí...”.

Me quité mis zapatos y mis calcetines, y ella aplaudió juguetonamente. “¡Así me gusta! -exclamó-. ¿Nos hacemos cosquillas en los pies?”. Yo acepté el reto, sabiendo que ya no habría quien cerrara la caja de Pandora. Las guerras de cosquillas, se sabe cómo empiezan, pero no se sabe cómo acaban. O quizá, pensándolo bien, sí se sabe...

Allí estuvimos hasta que se puso el sol. Fue una tarde muy sensual y tórrida, y no sería la última. Tal como ella auguraba, volveríamos a visitarnos mutuamente en nuestras casas muchas veces más...

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